Por María Laura García
Mi reflexión de esta semana me confronta con una verdad incómoda sobre la vida actual y que nos afecta a casi todos: el agotamiento no sólo viene del exceso de trabajo o responsabilidades, sino de la sobre-exigencia a la cual nos sometemos para vivir como nos impone el ritmo actual. Así exactamente me sentí, agotada por el afán y las preocupaciones, una urgencia que nos consume a casi todos.
Leí recientemente un mensaje de la coach de consciencia María Elvira Pombo que lo describe con precisión: «El afán es miedo a no lograr, a no alcanzar lo que deseamos en nuestras vidas” e incluso yo agregaría el no ver solucionadas las infamias del mundo. “Cuando nos dejamos llevar por el afán, nos sumergimos en un constante estado de urgencia y ansiedad» y lo triste amigos, es que al leer esto me sentí plenamente identificada y, no sé si a ti te pasa lo mismo.
Ahora bien, ¿Somos culpables? No mucho, porque la verdad “vivir bien” no está nada fácil. La competitividad, la inflación, las guerras reales y mediáticas nos tienen a todos en “sobremarcha”.
Esta creencia de que «entre más hago, más logro» es una trampa y todos estamos ensartados. Es la que nos obliga a hacer las cosas muchas veces «solo por cumplir», desconectándonos de las sincronicidades o diosidencias o lo que para los creyentes como yo significa la voz del espíritu santo o lo que es lo mismo: “el timing perfecto de la vida”.
Se que es fácil de olvidar por tanta presión, necesidad o urgencia, pero como dice el refrán: “no por mucho madrugar amanece más temprano». Todo tiene su tiempo y hora tanto que nuestro cuerpo, en su sabiduría, nos susurra en forma de fatiga y agotamiento cuándo es tiempo de parar. Detenerse no es rendición; es un acto de profunda consciencia que nos permite sintonizar con la confianza y abrirnos a que las oportunidades se organicen de formas inesperadas.
¿Qué dice la palabra del afán?
Para los cristianos, esta batalla interna fue descrita con claridad: «No os afanéis por vuestra vida…» (Mateo 6:25). La palabra clave aquí es afanéis (merinnao en griego), que significa dividir en partes.
Esta palabra describe con exactitud a una persona que tiene la mente atraída o estirada en diferentes direcciones. Una parte de la mente no está enfocada en lo que está haciendo porque está distraída o preocupada en otro asunto. ¿Acaso esto no les sucede a ustedes?
La preocupación le quita a nuestra mente su capacidad de concentración y enfoque, lo cual nos hace poco efectivos. La persona preocupada y afanada deja de ser productiva y la preocupación termina siendo contraproducente. Jesús utilizó una metáfora poderosa para definir esta realidad: «¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?” (Mateo 6:27). El preocuparse excesivamente y afanarse no va a arreglar nuestros problemas ni va a suplir nuestras necesidades. Por el contrario, los va a agravar, en el sentido de que nos va a anular/neutralizar en nuestra capacidad para poder resolverlos. El tiempo en que nos afanamos es un tiempo inútil e improductivo.
El Dr. Daniel Siegel, neurocientífico y experto en mindfulness, describe esta «mente dividida» como una falta de integración neural. Cuando la mente está desintegrada por la preocupación, perdemos enfoque, divagamos, nos agotamos, malgastamos nuestro tiempo y recursos, más tendemos a diferir las decisiones.
La psicóloga y escritora Tara Brach, enfocada en la compasión radical, afirma que el afán es una forma de no querer estar en el presente. La preocupación es un desperdicio de nuestra energía vital. El afán nos roba la paz y el gozo.
Mini manual para gestionar el afán y disfrutar el presente…
Para crecer internamente y disfrutar cada minuto sin sobre imaginar el futuro ni saturarnos con el presente, debemos entrenar nuestra mente para la certeza y la presencia.
1. Cuando te sientas abrumada(o), haz una pausa de 30 segundos y pregúntate: «¿Mi mente está dividida?» Identifica cuáles son esas «cuatro patas de la silla» que te paralizan (futuro, pasado, juicio ajeno, etc.). Al nombrar la preocupación, le quitas su poder aniquilador.
2. Para conscientemente. El descanso no es un lujo, es una guía. Si sientes agotamiento, detente sin culpa. Este proceso de «parar» te permite, como dice Pombo, abrirte a recibir y a que las soluciones que están en «el mundo de lo invisible» se organicen. La productividad real nace de la mente clara, no de la fatiga.
3. Vive a toda costa en el presente. Cuando la mente se dispare al futuro o al pasado, usa tus sentidos para anclarte. El neurocientífico Dr. Joe Dispenza promueve la idea de que la mejor manera de cambiar tu estado emocional es cambiar tu foco. Concéntrate en la tarea que tienes enfrente, viviendo cada minuto con presencia absoluta, honrando ese momento.
4. Concientiza que el exceso de productividad puede ser tóxica. Desmantela la creencia de que vales por lo que haces. Tu valor reside en quién eres. Deja de medir tu día por la cantidad de pendientes cumplidos y mídelo por la calidad de la presencia que pusiste en cada tarea. La paz es el mejor indicador de que estás viviendo bien.
Finalmente …
Mi invitación es entonces, decirle no la inacción y si a la acción consciente. Dejemos de paralizarnos por el afán y el miedo. Recuperar la paz y el gozo no es un milagro, sino una disciplina diaria de enfoque. Cuando cultivamos la certeza en nuestro interior y nos permitimos descansar y recibir, estamos demostrando la fe más grande: la fe en nosotros mismos y en el tiempo perfecto de la vida.
Te invito a hacer una pausa hoy. Identifica una cosa que estás haciendo con afán inútil y reemplázala por un momento de presencia. Tu efectividad y tu paz te lo agradecerán.
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