¿Cuándo el maltrato son los gritos del niño herido que podemos llevar dentro?

Caraota Digital
10 Min de Lectura
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Por María Laura García 

La vida nos presenta, a veces, encuentros con personas cuya complejidad emocional nos obliga a detenernos y a reflexionar sobre las raíces del comportamiento humano, porque incluso pueden ser el espejo de nuestra realidad, una verdad que nos golpea en la cara.

Esta semana, varias circunstancias me llevaron a reflexionar sobre cómo las carencias, los traumas, las frustraciones o heridas de la infancia e incluso de la adultez, cuando no se reconocen, admiten y resuelven nos pueden llevar a tener relaciones disfuncionales en la adultez, sobre todo cuando nuestros seres queridos: pareja, familiares y amigos. Una psiquis marcada por vivencias retadoras en la infancia, comenzando por la falta de afecto, abandono, maltrato o dificultades económicas indefectiblemente se manifiesta en un patrón de maltrato sutil pero devastador de aquel que fue víctima de dichos eventos.

Hoy les hablaré de esas personas que, en su origen (cuidado que podemos ser tú y yo, cualquiera) creció espiritualmente herida. Por ejemplo, una infancia con un padre ausente y sin una figura que pudiera servirnos de modelo a seguir; una madre sumisa que tuvo que ejercer un doble rol de papá y mamá, y una familia en la cual las figuras femeninas repitieron el ciclo del abandono. Entornos donde, además, la baja autoestima y los complejos que surgen de compararse con otros más afortunados, generaron una necesidad constante de aparentar y de ser más de lo que realmente se es.

Los seres “humanos” que se gestan o desarrollan en estas circunstancias, cuando tienen la suerte de superarlo con terapia o esfuerzo propio puesto que se enfocan en mejorar emocionalmente, son las que solemos ver siendo la mayor parte del tiempo agresivos pasivos o frontales, reactivos y maltratadores.

En muchos casos estas conductas se manifiestan solo en el hogar mientras que en la calle se esfuerzas por ser más amables, bondadosos y espléndidos; porque repito les gusta vivir de la apariencia. El contraste es brutal: en público, la generosidad y la simpatía; en casa, el reproche mezquino, la burla y la agresividad. Este comportamiento dual no es casual; es la máscara que el ego herido usa para obtener la validación externa que nunca recibió en casa.

Cuidad, porque los que peor están, suelen ser así con todo su entorno cercano, en cada y fuera de ella, mientras que con los conocidos hacen gala de ser los más esplendidos de la viuda entera.

La psiquis de la herida no asumida…

¿Qué ocurre en la mente de una persona con esta estructura? Vive en una profunda disociación entre lo que muestra y lo que siente.

  1. El perfeccionismo y la falta de perdón: La persona no se perdona a sí misma por sus propias carencias infantiles (la pobreza, la falta de figura paterna), proyectando una exigencia imposible de cumplir en aquellos que le rodean. No disculpa un error ajeno porque, en el fondo, no soporta su propia imperfección.
  2. El espejo y la amenaza: Se siente amenazada cuando alguien de su entorno, con pocos recursos logra brillar o ser feliz. Ese brillo es un espejo que le devuelve la imagen de su propia insatisfacción y de su incapacidad para alcanzar la felicidad genuina.
  3. Incapacidad comunicativa y maltrato: La incapacidad de comunicarse de manera eficiente, es decir, de poder decir «te quiero», «me duele», «lo hiciste o no bien»; es la consecuencia directa del trauma. La expresión de la vulnerabilidad fue castigada o ignorada en la infancia, por lo que el adulto solo sabe relacionarse desde el control o el castigo. El maltrato no es físico, pero sí constante: es verbal a través de críticas, humillaciones; o el silencio, ignorando, no hablando, que es una de las formas más destructivas de agresión pasiva.
  4. La búsqueda de justificación: El ególatra se enfurece doblemente cuando la víctima no responde con maltrato. Psicológicamente, necesita que la persona le devuelva la agresión para justificar su propio mal comportamiento. Si la víctima permanece serena, se siente desarmado, sin excusas para su abuso.

Según el psicólogo Walter Riso, la egolatría y la incapacidad de empatizar se enraízan en una autoestima dependiente de la admiración y adulación permanente. La persona necesita dominar para sentirse validada. Cuando no puede dominar a su pareja, a su amigo o compañeros de trabajo, recurre a la devaluación para intentar reducir el brillo de la víctima.

El infierno silencioso de la víctima…

Para la pareja que soporta este ciclo, la experiencia es un infierno silencioso que erosiona lentamente su autoestima y su identidad.

  1. La duda constante: La víctima empieza a dudar de su propia percepción, pues la conducta pública del agresor, «tan amable», contradice la realidad cercana o privada, «tan cruel». Esto es la esencia del gaslighting: hacer que la víctima se cuestione su cordura.
  2. Carga emocional: La víctima carga con el dolor y la herida no asumida de su agresor pues éste no la reconoce. Si es muy cercana al agresor, casi siempre siente la obligación de sanarlo, olvidando su propia necesidad de bienestar.
  3. El silencio duele más: El maltrato a través del silencio o la indiferencia es psicológicamente devastador. Investigaciones en neurociencia han demostrado que el rechazo social y la exclusión activan las mismas regiones del cerebro que el dolor físico. El agresor con la indifirencia inflige un dolor real sin dejar una marca visible.
  4. Ciclo de la negación: La víctima se queda atrapada esperando que la máscara caiga, que la persona amable de la calle aparezca para si, perpetuando un ciclo de esperanza y decepción.

¿Cómo romper el círculo vicioso?

Para sanar y salir ileso, tanto el agresor como la víctima deben asumir una verdad: el patrón debe romperse.

Mini manual para el agresor:

El primer paso es la autocrítica honesta. No es inútil buscar ayuda; la sanación es posible.

  1. Reconoce la proyección: Entiende que tu furia y tu maltrato hacia el otro son un reflejo de la rabia que sientes por tus propias carencias. No estás enojado con tu pareja o entorno; estás enojado con el niño que fuiste y no fue protegido.
  2. Abandona la adicción a la razón: Acepta que es inútil buscar que te den la razón siempre o tenerla siempre. Escuchar a otros no es ceder, es crecer. El verdadero poder reside en la vulnerabilidad de admitir que te duele o que te falta algo.
  3. Busca el lenguaje de la emoción: Si te cuesta decir «te quiero» o «me duele», busca terapia. Un especialista puede enseñarte las herramientas para comunicarte de manera asertiva y no agresiva, transformando tu necesidad de dominar en un deseo de conectar.

Mini manual para la víctima:

Tu paz es más valiosa que su razón. El objetivo no es cambiarlo, es protegerte.

  1. Elige tu paz sobre el debate: Cuando te impongan una opinión o busquen la confrontación, recuerda la regla: La verdad no se impone, se comparte. Si el otro solo busca la imposición, opta por la indiferencia o la retirada tranquila: «No voy a continuar esta conversación en este tono.»
  2. No Justifiques el Maltrato: No permitas que tu cerebro busque excusas para su comportamiento: «Es que tuvo una infancia dura». La historia no justifica el maltrato actual. El maltrato no es amor.
  3. Fortalece tu escudo interno: Eleanor Roosevelt nos recordó: «Nadie puede hacer que te sientas inferior si tú no lo permites.» Cultiva tu autoestima de forma independiente, busca el apoyo social fuera de esa relación y recuerda tu valor.
  4. Rompe el silencio: Si el maltrato es una constante, verbal o emocional, es vital buscar ayuda profesional. Un terapeuta te proporcionará las herramientas para salir ilesa del círculo vicioso y tomar la decisión de priorizar tu salud física y mental sobre el intento fallido de sanar a tu agresor.

El fin de este ciclo vicioso no está en la confrontación, sino en el autoconocimiento y la decisión valiente de elegir la propia sanación. Si reconoces estas heridas en tu vida, es momento de hacer esa pausa sanadora.

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