Andry Hernández Romero, un venezolano de 32 años, que estuvo aprehendido en el Cecot, la cárcel de máxima seguridad de El Salvador, cumplió el pasado 18 de agosto un mes en libertad después de estar cuatro meses detenido tras ser deportado a mediados de marzo desde EEUU, una experiencia que, reconoce, todavía sigue en su mente y la de otros tantos.
Al criollo lo enviaron a la nación centroamericana bajo la Ley de Enemigos Extranjeros, acusándolo de ser miembro del Tren de Aragua, pese a que se dedicaba a ser un maquillador profesional.
LEA TAMBIÉN: EN VIDEO: PARTIÓ HACIA LAS AGUAS DEL CARIBE UNO DE LOS BUQUES DE GUERRA MÁS PODEROSOS DE EEUU PARA «COMBATIR» A LOS CARTELES
«Nuestras vidas cambiaron rotundamente, en todos los aspectos. Nuestros cuerpos hoy en día están en libertad, pero nuestras mentes siguen allá. Todavía no entendemos muchas cosas, todavía no recordamos muchas cosas», dijo el venezolano en una videollamada a El País.
Su retorno a Capacho, en los Andes, lo convirtió en un acontecimiento entre los familiares, amigos y vecinos.
«Me impactó verle las uñas. Las tenía como un indigente. Él es un hombre que cuida mucho su imagen personal… Me dolió verlo tan demacrado», narró su mejor amiga, Reina Cárdenas. Esta fundó el Comité en Defensa de los Tachirenses Deportados y Enviados a El Salvador, junto con otros familiares de los detenidos.
ANDRY HERNÁNDEZ: «NUNCA PENSÉ QUE ME TRATARÍAN COMO DELINCUENTE»
A Andry Hernández lo detuvieron las autoridades estadounidenses por sus tatuajes. Sin embargo, cuenta que estos se los hizo en honor a sus padres.
«Tengo ocho años con mis tatuajes, dos coronas en mis muñecas con la palabra dad (padre) y mom (madre), en honor a mis padres y a la fiesta de los Reyes Magos de mi pueblo, en la que he participado durante 26 años. Jamás pensé que me confundirían con un pandillero», narró.
Además, el venezolano confesó que su recibimiento en el Cecot estuvo marcado por la humillación, al punto de raparle el pelo contra su voluntad. «Si para todos fue horrible que lo hicieran, imagina lo que significó para un estilista como yo verme hincado y completamente calvo», comentó.
«No soy miembro de una banda. Soy gay. Soy estilista», fueron sus palabras al momento, pero esto solo le trajo consecuencias peores.
A pesar de entrar en un ambiente donde predominaba la heterosexualidad y el machismo, su convicción le hizo ganarse el respeto de los otros venezolanos reos.
«Soy de las personas que piensan que para todo hay un espacio. Uno para comportarse seriamente, uno para mariquer*, uno para echar broma. Desde que pisé El Salvador, les dije a los demás: ‘Ustedes me respetan y yo los respeto’. Mi cédula dice masculino, así que me comporto como un hombre. Aunque algunas veces boté alguna pluma para reírnos y liberar la carga de lo que estábamos viviendo (…) La verdad fue que entramos 252 desconocidos y salimos 252 hermanos», puntualizó Andry Hernández.